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Foto: Jen Palmer |
Sus ojos eran como dos estrellas brillantes, podría jurar que se inspiraba al verme, que imaginaba todo al besarme, pues se perdía en un abismo mientras mis labios rozaban las dulces palabras que pronunciaba conforme nos tejíamos el alma.
Era inevitable llorar, expulsar esas lágrimas de felicidad cuando se extasiaba la esperanza. Nuestras manos escalaban el universo que nos suplicaba más y más. Recuerdo aquella noche en la oscuridad, nuestros dedos parecían estar encarnados, podían hablarse sin contarnos nada. Nos considerábamos tan plenos entre las mentiras sencillas que nos permitían escondernos ante los pensamientos de aquellos que no deseaban esa historia, en la que nadie podía creer, la que todos envidiaban.
Todo está grabado en mi mente, en la lluvia que nos empapaba, en las cálidas brisas cómplices de aquel amor.
Se terminó en un segundo, con la confusión y la contradicción… Los humanos somos tan sorprendentes al lograr crear y destruir en un santiamén, somos tan ilógicos al vivir en el pasado, justo ahí donde se esconde lo imposible. Abrazado de los sueños putrefactos.
Sigo buscando la respuesta a esa pregunta que todos han reclamado. Sigo ahogándome en tus apariciones fugaces, dentro de mis sueños… Sigo esperando. Sin embargo el tiempo no nos permite continuar y la herida sigue sin cerrar, sigo buscando aquello que me dará sanidad.
Sus palabras entrecortadas me convencen del fin de los días, que las hojas se han terminado y que comenzó la introducción a una nueva historia donde no soy mas la protagonista. De regreso a mi propio camino, debo comenzar una vez más.
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