Foto: Jairo Alzate Mi mano entre sus piernas. Su lengua rondando por mi cuello. Era la distancia que nos había mantenido constantes, esperando el fulgor del cielo cuando nuestros labios pudieran unirse nuevamente. La noche se sorprendería al escuchar nuestras respiraciones en unísono. La tormenta nos robaba un poco de tranquilidad mientras mi cadera espera ansiosa ser la protagonista. Dulce peligro de madrugada, sus manos desatadas, posesivas ante mi piel desnuda y mis sentimientos deslumbrantes. Mis brazos delicados moribundos por el choque eléctrico que sus huellas causan al correr alteradas. Traza despacio las líneas que lo llevan al centro de mi ser, como una contraseña aleatoria que mágicamente siempre atina el lugar correcto. Es mi cabello que pierde la estabilidad, que vuela como si tuviera vida misma y pareciera que no le interesa desafiarlo. Son mis muslos que se mantienen inmersos en tanto amor, el calor que desprende ese ser y el aroma ...
Siempre me sentí atraída de los obstinados Los que nunca pierden. Esos que aman hasta el tope al apagar las luces Los que se van en silencio con los ojos secos que a pesar de todo, se mantienen firmes como si en realidad no les importara, Aún cuando el hueco en el pecho arda en su interior y los haga sentirse solos en la madrugada. A pesar de saber que tengo todo por perder, sigo en el juego, enamorándome de aquel taciturno caballero que se filtra en cada rincón de mi ser y reniega a abandonarme como siempre, por el miedo a perder. Entonces le abrazo en la oscuridad y siento como su pecho se desarma. Es frágil y tierno, me cuenta secretos al oído y pareciera otro. No es mas que un niño herido lleno de miedos tolerando que mi amor lo cobije. Entre estas cuatro paredes es cuando me enamoro. Mi corazón palpita excitado. Allá afuera, nadie sabe de lo que es capaz. Belierani